¿Por qué Madrid de los Austrias?

Madrid de los Austrias

El Madrid de Los Austrias es de visita obligatoria

Plaza de Sol, Plaza Mayor, Mercado de san Miguel, Plaza de la Villa, Plaza de la provincia y de Santa Cruz, Restaurante Botín, Plaza de la Paja, Chocolatería san Ginés, Plaza de Isabel II, Plaza de San Martín y de las Descalzas, Palacio real, Catedral de la Almudena, Plaza de Oriente, Teatro Real y Jardines de Sabatini. Son solo algunos de los principales lugares de interés.

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La Casa de Austrias reinó en Madrid desde 1516 con Carlos I hasta 1700 con Carlos II.

En la primera mitad del siglo XVI, antes de su designación como capital, Madrid era una villa de tamaño medio entre las urbes castellanas, con cierta relevancia social e influencia política. Tenía entre 10 000 y 20 000 habitantes y formaba parte del grupo de dieciocho ciudades que disfrutaban del privilegio de tener voz y voto en las Cortes de Castilla.

Había acogido en numerosas ocasiones las Cortes del Reino y, desde la época de los Trastámara, era frecuentada por la monarquía, atraída por su riqueza cinegética. Además, uno de sus templos religiosos, San Jerónimo el Real, fue elegido por la monarquía como escenario oficial del acto de jura de los príncipes de Asturias como herederos de la Corona. El primero en hacerlo fue Felipe II (18 de abril de 1528), que treinta y tres años después fijaría la Corte en Madrid, y la última, Isabel II (20 de junio de 1883).

Iglesia de Gerónimo Real
Iglesia de Gerónimo Real

Hagamos un repaso por la historia de Madrid en la época de los reyes de La Casa de Austria:

Carlos I (1516–1556), el primer monarca de la Casa de Austria, mostró un interés especial por la villa, tal vez con la intención de establecer de forma definitiva la Corte en Madrid.

El emperador impulsó diferentes obras arquitectónicas y urbanísticas en Madrid. A él se debe la conversión del primitivo castillo de El Pardo en palacio, situado en las afueras del casco urbano. Las obras, dirigidas por el arquitecto Luis de Vega, se iniciaron en 1547 y concluyeron en 1558, durante el reinado de Felipe II. De este proyecto solo se conservan algunos elementos que, como el Patio de los Austrias, quedaron integrados en la estructura definitiva del Palacio Real de El Pardo, fruto de la reconstrucción llevada a cabo en el siglo XVIII, tras el incendio de 1604.

Otro de los edificios que el monarca ordenó reformar fue el Real Alcázar de Madrid, un castillo de origen medieval, que fue pasto de las llamas en 1734 y en cuyo solar se levanta en la actualidad el Palacio Real. Duplicó su superficie con diferentes añadidos, entre los que destacan el Patio y las Salas de la Reina y la llamada Torre de Carlos I, a partir de un diseño de Luis de Vega y Alonso de Covarrubias.

En 1561, Felipe II (1556–1598) estableció la Corte en Madrid. Tal designación provocó un aumento de la población vertiginoso: de los 10 000/20 000 habitantes que podía haber en la villa antes de la capitalidad se pasó a 35 000/45 000 en el año 1575 y a más de 100 000 a finales del siglo XVI.

Para hacer frente a este crecimiento demográfico, el Concejo de Madrid, respaldado por la Corona, elaboró un proyecto de ordenación urbanística, consistente en la alineación y ensanchamiento de calles, el derribo de la antigua muralla medieval, la adecuación de la plaza del Arrabal (antecedente de la actual plaza Mayor) y la construcción de edificios públicos como hospitales, hospicios, orfanatos, instalaciones de abastos y templos religiosos.

Felipe II puso al frente de este plan al arquitecto Juan Bautista de Toledo. Sin embargo, la falta de medios y lentitud burocrática del consistorio y el desinterés mostrado por la Corona en la aportación de recursos ralentizaron su desarrollo. La consecuencia fue un crecimiento urbano rápido y desordenado, que se realizó preferentemente hacia el este del centro histórico, dada la accidentada orografía de la parte occidental, orientada a los barrancos y terraplenes del valle del río Manzanares.

Los nuevos edificios se construyeron siguiendo la dirección de los caminos que partían de la villa y, a su alrededor, surgió un entramado de calles estrechas, aunque dispuestas hipodámicamente. El que conducía hasta Alcalá de Henares (hoy calle de Alcalá) vertebró el crecimiento urbano hacia el este, al igual que el camino que llevaba a San Jerónimo el Real, sobre el que se originó la carrera de San Jerónimo. Por el sudeste, la expansión tomó como eje principal el camino del santuario de Nuestra Señora de Atocha (actual calle de Atocha).

Hacia el sur, las nuevas casas se alinearon alrededor del camino de Toledo (calle de Toledo) y, por el norte, la referencia urbanística estuvo marcada por los caminos de Hortaleza y de Fuencarral (con sus respectivas calles homónimas), si bien hay que tener en cuenta que, en estos dos lados de la ciudad, el crecimiento fue más moderado.

Antes de la capitalidad, en 1535, la superficie de Madrid era de 72 hectáreas, cifra que aumentó hasta 134 en 1565, solo cuatro años después de establecerse la Corte en la villa. A finales del reinado de Felipe II, el casco urbano ocupaba 282 hectáreas y tenía unos 7590 inmuebles, tres veces más que en 1563 (2250), al poco tiempo de la designación de Madrid como capital.

En 1601, pocos años después de subir al trono Felipe III (r. 1598–1621), Madrid perdió la capitalidad a favor de Valladolid. Consiguió recuperarla cinco años después, tras el pago a la Corona de 250 000 ducados y el compromiso por parte del Concejo de abastecer de agua potable al Real Alcázar, entre otras infraestructuras.

Con tal fin, el consistorio realizó los denominados viajes de agua (conducciones desde manantiales cercanos a la villa), entre los cuales cabe destacar el de Amaniel (1614–1616). De ellos también se beneficiaron algunos conventos y palacios, además de los propios vecinos, a través de las fuentes públicas. En 1617 fue creada la llamada Junta de Fuentes, organismo encargado de su mantenimiento y conservación.

Bajo el reinado de Felipe III, se proyectaron numerosos edificios religiosos y civiles, algunos de los cuales fueron inaugurados en la época de Felipe IV. Es el caso de la Colegiata de San Isidro; de la nueva fachada del Real Alcázar (1610–1636), obra de Juan Gómez de Mora, que perduró hasta el incendio del palacio en 1734;  y del Convento de los Padres Capuchinos, en El Pardo, fundado por el rey en 1612, cuyo edificio definitivo no pudo comenzarse hasta 1638.

Felipe IV (r. 1621–1665) accedió al trono a la edad de dieciséis años, tras la inesperada muerte de su padre. Tradicionalmente ha sido considerado como un mecenas de las letras y de las artes, principalmente de la pintura. Durante su reinado, Madrid se convirtió en uno de los principales focos culturales de Europa y en el escenario donde se fraguaron muchas de las grandes creaciones del Siglo de Oro español. Además, la ciudad albergó la mayor parte de la colección pictórica del monarca, una de las más importantes de la historia del coleccionismo español.

En el ámbito de la arquitectura, se levantaron numerosos edificios civiles y religiosos, al tiempo que se construyó una nueva residencia regia en el entorno del Prado de los Jerónimos, en el lado oriental del casco urbano. El Palacio del Buen Retiro desplazó hacia el este buena parte de la actividad política, social y cultural de la villa, que hasta entonces gravitaba únicamente sobre el Real Alcázar, situado en el extremo occidental.

Felipe IV fue el mayor coleccionista de arte de su época, afición que, por influencia e imitación, se hizo extensiva a muchas familias nobiliarias instaladas en la Corte. Su interés por la pintura atrajo hacia Madrid a artistas que, como Zurbarán, Rubens o Velázquez, trabajaron en la decoración de los palacios reales. Mención especial merece la figura de Velázquez, que estuvo bajo el mecenazgo del monarca a lo largo de casi cuarenta años.

Los regalos, compras y encargos realizados por el rey incrementaron los fondos de la Corona en más de 800 cuadros, entre los que figuraban varias obras maestras de la pintura europea de los siglos XV, XVI y XVII. La mayoría de ellos se encuentran en la actualidad en el Museo del Prado.

El epicentro de la colección de Felipe IV fue el Real Alcázar, edificio al que también se hicieron llegar los cuadros adquiridos por Felipe III, que estaban reunidos, en su mayoría, en el Palacio Real de El Pardo. El traslado se realizó entre 1622 y 1625.

Los proyectos arquitectónicos surgidos a iniciativa del monarca también contaron con relevantes pinacotecas. Es el caso de la Torre de la Parada, donde se exhibían lienzos de Vicente Carducho, Rubens y Velázquezdel Palacio de la Zarzuela y del Palacio del Buen Retiro.

La decoración del Salón del Reino, una de las dependencias más suntuosas de este último conjunto, fue ideada por Velázquez, quien combinó trabajos de su propia autoría (entre ellos La rendición de Breda y El príncipe Baltasar Carlos a caballo) con obras de otros artistas, como Zurbarán, Jusepe Leonardo y Juan Bautista Maíno, entre otros.

A lo largo del siglo XVII, se fue desarrollando la llamada escuela madrileña de pintura, que aglutinó a varias generaciones de artistas, entre los que destacan, ya dentro del reinado de Carlos II, Juan Carreño de Miranda y Claudio Coello.

Las numerosas fundaciones religiosas llevadas a cabo con Felipe IV generaron una importante actividad escultórica, destinada a la realización de tallas y retablos. Hacia 1646 se estableció en la Corte Manuel Pereira, a quien se debe el retablo de la Iglesia de San Andrés, desaparecido durante la Guerra Civil, y la estatua de San Bruno, considerada una de sus obras maestras, que se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Fuera del ámbito religioso, la producción escultórica se desarrolló a través de dos vías: la ornamentación de calles y plazas, mediante la construcción de fuentes artísticas (es el caso de la Fuente de Orfeo, diseñada por Juan Gómez de Mora y terminada en 1629), y los encargos reales, entre los que sobresale la estatua ecuestre de Felipe IV (1634–1640).

Se trata de la primera escultura a caballo del mundo en la que este se sostiene únicamente sobre sus patas traseras. Es obra de Pietro Tacca, quien trabajó sobre unos bocetos hechos por Velázquez y, según la tradición, contó con el asesoramiento científico de Galileo Galilei. Conocida como el caballo de bronce, estuvo inicialmente en el Palacio del Buen Retiro y, en tiempos de Isabel II, fue trasladada a la plaza de Oriente, su actual ubicación.

Con la llegada al trono de Carlos II ( 1665–1700), se frenó el ritmo constructor del reinado anterior, sobre todo en lo que respecta a las edificaciones civiles. Entre éstas, tan solo cabe mencionar la Puerta de Felipe IV (1680), que, pese a su nombre, fue erigida en honor de María Luisa de Orleáns, primera esposa de Carlos II. Trazada por Melchor Bueras, estuvo inicialmente emplazada en la Carrera de San Jerónimo, hasta su traslado, a mediados del siglo XIX, a la calle de Alfonso XII, donde sirve de acceso al Parque de El Retiro.

Si visitas la ciudad, quedarás fascinado con toda la zona que cubre el Madrid de los Austrias, impecablemente conservado. En un par de horas lo recorrerás, sin prisas y sin perder detalles.

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